sábado, 24 de septiembre de 2016

ANUNCIAR A LOS POBRES LA BUENA NUEVA - S. PEDRO CLAVER




ANUNCIAR A LOS POBRES LA BUENA NUEVA, CURAR A LOS QUE TIENEN ESTROZADO EL CORAZÓN Y PROCLAMAR LA LIBERACIÓN A LOS CAUTIVOS


Ayer treinta de mayo de este año de mil seiscientos veintisiete, día de la Santísima Trinidad, saltó en tierra un grandísimo navío de negros de los Ríos. Fuimos allí cargados con dos espuertas de naranjas, limones, biscochuelos y otras cosas. Entramos en sus casas, que parecía otra Guinea. Fuimos rompiendo por medio de la mucha gente, hasta llegar a los enfermos, de que había una gran manada echados en el suelo, muy húmedo y anegadizo, por lo cual estaba terraplenado de agudo pedazos de tejas y ladrillos, y ésta era su cama, con estar en carnes sin un hilo de ropa.

Echamos manteos fuera y fuimos a traer de otra bodega tablas y entablamos aquel lugar, y trajimos en brazos los muy enfermos, rompiendo por los demás. Juntamos los enfermos en dos ruedas, la una tomó mi compañero con el intérprete, apartados de la otra que yo tomé. Entre ellos había dos muriéndose, ya fríos y sin pulso. Tomamos una teja de brazas, y puesta en medio de la rueda, junto a los que estaban muriendo, y sacando varios olores, de que llevábamos dos bolsas llenas, que se gastaron en esta ocasión, y dímosles un sahumerio, poniéndoles encima de ellos nuestros manteos, que otra cosa ni la tienen encima, ni hay que perder tiempo en pedirles a sus amos, cobraron calor y nuevos espíritus vitales, el rostro muy alegre, los ojos abiertos y mirándonos. De esta manera les estuvimos hablando, no con lengua, sino con manos y obras que, como vienen tan persuadidos de que los traen para comerlos, hablarles de otra manera fuera sin provecho. Asentámonos después, o arrodillámosnos junto a ellos, y les lavamos los rostros y vientres con vino, y alegrándolos, y acariciando mi compañero a los suyos, y yo a los míos, les comenzamos a poner delante cuantos motivos naturales hay para alegrar un enfermo.

Hecho esto, entramos en el catecismo del santo Baptismo, y sus grandiosos efectos en el cuerpo y en el alma, y hechos capaces de ellos, y respondiéndonos a las preguntas hechas sobre lo enseñado, pasamos al catecismo grande: Uno remunerador, castigador, etc. Luego les pedimos afectos de dolor, de aborrecimiento de sus pecados, etc. Estando ya capaces, les declaramos los misterios de la Santísima Trinidad. Encarnación y Pasión, y poniéndoles delante una imagen de Cristo, Señor nuestro, en la cruz, que se levanta de una pila bautismal, y de sus sacratísimas llagas caen en ella arrotos de sangre, les rezamos, en su lengua, el acto de contrición.

De las Cartas de san Pedro Claver, presbítero
(Carta del 31 de mayo de 1627, a sus superior; edición castellana. Ángel Valterra. S.I., San pedro Claver: El santo que libertó una raza, Cartagena 1964, pp. 140-141

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