martes, 28 de abril de 2020

"CANTEMOS AL SEÑOR EL CÁNTICO DEL AMOR" - SAN AGUSTÍN


Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles.
Se nos ha exhortado a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo conoce el
cántico nuevo. Cantar es expresión de alegría y, si nos fijamos más detenidamente, cantar es expresión de amor. De modo que quien ha aprendido a amar la vida nueva sabe cantar el cántico nuevo. De modo que el cántico nuevo nos hace pensar en lo que es la vida nueva. El hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo: todo pertenece al mismo y único reino. Por esto, el hombre nuevo cantará el cántico nuevo, porque pertenece al Testamento nuevo.
Todo hombre ama; nadie hay que no ame; pero hay que preguntar qué es lo que ama. No se nos invita a no amar, sino a que elijamos lo que hemos de amar. ¿Pero, cómo vamos a elegir si no somos primero elegidos, y cómo vamos a amar si no nos aman primero? Oíd al apóstol Juan: Nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero. Trata de averiguar de dónde le viene al hombre poder amar a Dios, y no encuentra otra razón sino porque Dios le amó primero. Se entregó a sí mismo para que le amáramos y con ello nos dio la posibilidad y el motivo de amarle. Escuchad al apóstol Pablo que nos habla con toda claridad de la raíz de nuestro amor: El amor de Dios —dice— ha sido derramado en nuestros corazones. Y, ¿de quién proviene este amor? ¿De nosotros tal vez? Ciertamente no proviene de nosotros. Pues, ¿de quién? Del Espíritu Santo que se nos ha dado.
Por tanto, teniendo una gran confianza, amemos a Dios en virtud del mismo don que
Dios nos ha dado. Oíd a Juan que dice más claramente aún: Dios es amor, y quien
permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él. No basta con decir: El amor es de Dios. ¿Quién de vosotros sería capaz de decir: Dios es amor? Y lo dijo quien sabía lo que se traía entre manos.
Dios se nos ofrece como objeto total y nos dice: «Amadme, y me poseeréis, porque
no os es posible amarme si antes no me poseéis.» ¡Oh, hermanos e hijos, vosotros que sois brotes de la Iglesia universal, semilla santa del reino eterno, los regenerados y nacidos en Cristo! Oídme: Cantad por mí al Señor un cántico nuevo. «Ya estamos cantando», decís. Cantáis, sí, cantáis. Ya os oigo. Pero procurad que vuestra vida no dé testimonio contra lo que vuestra lengua canta.
Cantad con vuestra voz, cantad con vuestro corazón, cantad con vuestra boca, cantad con vuestras costumbres: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué es lo que vais a cantar de aquel a quién amáis? Porque sin duda queréis cantar en honor de aquel a quien amáis: preguntáis qué alabanzas vais a cantar de él. Ya lo habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Preguntáis qué alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. La alabanza del canto reside en el mismo cantor. ¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente.


De los sermones de san Agustín, obispo
(n. 34,1-3. 5-6: CCL 41; 424-426)


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sábado, 18 de abril de 2020

BOLETÍN MONS. ORZALI, Siervo de Dios. N° 11 "Obispo Misionero"



“El Quijote del Evangelio”, así denomina Entraigas al que otros llamaban el Obispo Bueno u Obispo Misionero. Es que el Siervo de Dios dijo en su primera carta pastoral: “venimos a trabajar, a trabajar mucho; hace tiempo que nos repugna oír la palabra cansancio en el apostolado; creemos que es impropia del sacerdote; y sobre todo, indigna de un Obispo”. Y así lo hizo.

El 6 de abril de 1913, el recién llegado Obispo de Cuyo inicia su primera visita pastoral a su Diócesis. En esta oportunidad visita parroquias de San Juan, San Luis y Mendoza, y durará 3 años. Cinco visitas pastorales realizó Mons. Orzali a las provincias cuyanas, a lo largo de su episcopado. Sólo una vez pudo visitar la provincia de Neuquén, que también era parte de su diócesis.

En todas sus visitas pastorales, El Siervo de Dios organizaba misiones, llevaba sacerdotes misioneros para que le acompañaran y ayudaran; sin embargo, era Él quien predicaba, quien confesaba, quien visitaba enfermos, quien confirmaba, quien bendecía matrimonios, quien impartía conferencias para hombres, mujeres y niños, quien preparaba a las personas para su primera comunión, quien salía en búsqueda de cada una de sus ovejas. Era a Él a quien se lo encontraba a partir de las 5 de la mañana en el templo. Era a Él a quien se le podía encontrar, incluso, limpiando los bancos del templo, barriendo sus pisos.
Todos los habitantes de Cuyo de 1912 hasta 1939, pudieron decir que conocieron en persona al Obispo Orzali. Sin dejar ni un solo rincón de la diócesis sin visitar, su celo misionero hará exclamar al entonces gobernador de San Juan que el Obispo visitó lugares que ninguna persona civilizada había visitado antes. Sumado a sus visitas pastorales, Mons. Orzali no dejó nunca de visitar a sus hijas del buen Pastor, el reformatorio de mujeres, a los enfermos del hospital Rawson, ni a sus religiosas rosarinas, a quienes les había dado por lema su propio programa de vida: “todo por Dios y por el prójimo”.


“No he venido a ser servido sino a servir… he de recorrer sus calles y sus plazas; he de acudir a sus moradas asilos y hospitales, y a todos los centros necesitados de auxilios espirituales y materiales”, dijo el Siervo de Dios el 13 de abril de 1912 al llegar a la Ciudad de San Juan. Y así lo hizo.

Bibliografía:

CALATAYUD, Ángel (1960). Rosas. Ediciones Rosarinas. Buenos Aires, Argentina.
CASTRO, Ana E. (1998) José Américo Orzali. Fundador, Obispo y misionero. Arzobispado de San Juan de Cuyo. San Juan, Argentina.
DE JESÚS, María Araceli. (2012). Padre y Pastor: Vida y obra de Mons. Américo Orzali. Ágape Libros. Buenos Aires, Argentina.
ENTRAIGAS, Raúl A. (1949) El Buen Pastor de Cuyo. 2da edición. Editorial Difusión. Buenos Aires, Argentina. 

Martín Sillero (Seminarista de la Arquidiocesis de San Juan de Cuyo)




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viernes, 17 de abril de 2020

CUENTOS CORTOS PARA LEER EN CUARENTENA (I) - Matías García Fernández



Hola queridos amigos y amigas seguidores de este blog, estamos pasando una cuarentena debido a la pandemía del corona-virus. Estos días se vuelven difíciles, a veces nos preguntamos ¿Que podemos hacer en cuarentena? Yo te recomiendo quedarte en tu casa y leer estos cuentos cortos de Matías García Fernández. No te pierdas estos textos muy entretenidos que te harán volar la imaginación

Presentación de Matías:

Hola. Mi nombre es Matías García Fernández. Soy seminarista de Tucumán. Tengo 27 años y estoy en el 3ro de teología (séptimo año de formación del seminario).

Hace un par de años me animé a publicar escritos que puedan ayudar a reflexionar y ahondar más sobre la vida. La escritura es mi pasión tanto como leer y compartir a corazón abierto con los demás. Es así que mis escritos nacen de la experiencia propia del caminar, y del fruto de muchas vidas que me dan alas y me inspiran para seguir escribiendo.

De corazón, agradezco a todos aquellos que puedan abrir su vida a mis palabras y darse un tiempo para la lectura que les propongo.

Cuentos:

Cuento I: "Esperanza" (3 páginas)


Era en una noche, la más rara de sus noches. Nadie de su familia la acompañaría.
Esperanza se rascaba el tatuaje de estrella que tenía en el costado de su cuello. Su piel blanca y suave no delataba los años de avanzada juventud que tenía.
Sin perder ni un segundo más, cerró su maleta de cuero y respiró profundo. Salió de la casa.
La única que la observaba desde la ventana de arriba era su madre, a quien las lágrimas le mojaban el pecho.
Se alejó lentamente, solitaria por la calle de aquel barrio; lugar donde sus gritos y risas habían sido el alimento de sus años infantes...

Lectura on-line completa de "Esperanza" o Descargar (Aquí)

Cuento II: "Lazos de Amor" (4 páginas)

Un día, no sé si soñaba o dormía, pero allí estaba fuera de mí, pero mirando hacia dentro. Comencé a retroceder años atrás, y vi un hombre joven de más de veinte años, pero menos de treinta, preso de sus rebeldías, político por naturaleza. El pueblo lo conocía por su extraordinaria manera de dirigir comisiones. Un déspota de aquellos bien rígidos y astutos; salía cada año elegido como autoridad de gobierno, pero al cargo nunca lo tomaba. Vivía su vida de estanciero consumido por los negocios, pero feliz de ser abrigado por el campo.
¿Quién fue este hombre? ¿De dónde vino?...

Lectura on-line completa de "Lazos de Amor" o Descargar (Aquí)


Cuento III: "“El color del amor(3 páginas)

Un día de agosto del año 2018, el padre Manuel volvía a su casa parroquial situada en la zona céntrica de la ciudad. Regresaba de almorzar en casa de una familia amiga.
A unas cuadras de llegar a la parroquia se percató que la avenida estaba cortada, y que el transito se desviaba forzadamente a unas dos cuadras de la casa.
Confundido por la situación, estacionó el auto lo más cerca de la parroquia. Temía por la inseguridad de los robos.
A lo lejos se escuchaba un gran alboroto. Mientras más se acercaba a su parroquia, el barullo era más intenso; las bombas, los cantos, los tambores. Se percató que era una marcha, pero aún no dilucidaba de qué se trataba...

Lectura on-line completa de "Lazos de Amor" o Descargar (Aquí)



Y no te olvides de dejarnos tu comentario: ¿Cuál es el cuento que más te gustó? ¿Alguna opinión?


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viernes, 10 de abril de 2020

"EL PADRE Y LA CRUZ" - P. Sergio Romera

"Un silencio que habla, una ausencia que abraza, un abandono que salva"
"La lagrima de Dios Padre en la pasión del Hijo"


Queridos amigos:

El viernes santo es el centro del Triduo Pascual, el día en que por escena tenemos el Gólgota, por escenografía la cruz y por protagonista de este irrepetible drama a Jesús, el “Rey de los judíos”. Es de los tres días la estampa más lúgubre, oscura y sombría, en la que el drama se tiñe de llantos, los gritos sacuden y aturden, la muerte invade amenazante. El viernes santo es la bisagra entre la amistad cálida y compartida de una “última cena” y la manifestación portentosa y poderosa de una piedra que deslizándose deja entrever, velada y misteriosa, la victoria de la cruz. Entre la amical cena del jueves que ya ha pasado y la admiración del domingo de Pascua que esperamos, hoy clavamos las raíces de nuestras rodillas en el madero del viernes santo de la cruz. Un día en que la tierra tiembla y el cielo se estremece, los altares están desnudos, los sagrarios vacíos, las imágenes tapadas, las luces apagadas, y particularmente en este tiempo de pandemia, los templos cerrados y despoblados. Es el único día del año en que el sacrificio eucarístico de la misa no se celebra en toda la faz de la tierra.

Contemplemos e imaginemos por un instante el proscenio de la cruz: Jesús clavado en los extremos de sus manos y sus pies; la sangre vertía torrencialmente desangrándose; su piel flagelada cubierta de llagas; tendones abiertos teñidos de polvo; su cabeza coronada de finas y puntiagudas perlas llamadas espinas; su cuerpo desnudo, vulnerado, expuesto a las miradas burlonas de algunos y a la vista de otros que con mediocre vergüenza lo miraban y que Él con amor los perdonaba. Su corazón roto, herido, traspasado. Esta es la historia de un drama que tiene por protagonista a un rey aparentemente destronado. Muerto en el más rotundo silencio desesperado; en el impotente abandono de los amigos; en el sádico silencio de su Padre.

Amigos si este es el proscenio, si así está escrito el drama, y el protagonista es la cruz de quien en silencio entrega su vida, sufriendo la traición y la ausencia de sus amigos y la entrega de su propio Padre ¿qué es lo que hoy celebramos? ¿Qué podemos celebrar con este panorama? ¿Hay algo para celebrar? Yo diría que sí, más aún, hoy es un día en el que no podemos los cristianos dejar de celebrar y agradecer. ¿Por qué? Porque hoy, misteriosa y paradójicamente celebramos, no solo el regalo de la salvación que Jesús nos entrega con su muerte. Hoy, viernes sombrío de la cruz, recibimos otro regalo. ¿Cuál? El regalo del Padre. ¡Así es amigos! Hoy con la muerte del Hijo recibimos un nuevo y definitivo Padre. Es que en este drama de la cruz hay dos protagonistas: Jesús, el Hijo que se entrega al Padre, y el Padre, que abandona y entrega a su Hijo. Por eso dice San Pablo: Dios no perdonó ni a su propio Hijo;antes bien, lo entregó por todos nosotros (Rm 8, 32).

Pero si esto es así, inevitablemente surge la pregunta ¿Qué tipo de Padre es Dios que no perdonó a su Hijo? ¿Qué tipo de Padre es Dios que fue capaz de entregar a su propio y único Hijo al horror de una muerte injusta, inicua e infame? ¿Quién es este Dios que ante el grito de Jesús en la cruz, prefirió el silencio; ante el sufrimiento de su Hijo, prefirió la ausencia; y ante el clamor de la entrega, prefirió abandonarlo? Amigos… ¿qué tipo de Padre podemos recibir hoy, si fue Él mismo quien lo entregó? Vistas así las cosas, más que un Padre, pareciera ser un monstruo desalmado, sanguinario y cruel malvado, un mísero castrador y castigador, que pareciera estar en el cielo, cómodo y solitario, contemplando el escenario de su Hijo desfigurado, como única paga de todos nuestros pecados. ¿Esto es así realmente? Rotundamente NO.

El Padre no es un Dios que desde lejos y escondido, ajeno y lejano, miraba como pasivo espectador, el proscenio sangriento y desgarrado de su Hijo en el camino de la cruz. No. Padre e Hijo estaban unidos en la pasión. Juntos fueron a la cruz, juntos fueron escupidos, burlados, denigrados y azotados. Juntos, caminaron y cargaron el leño pesado del marrón amaderado de la cruz. Juntos sangraron gota tras gota hasta expirar el último suspiro y respiro de la muerte. Es aquí, en el instante decisivo de la cruz, donde la suprema trascendencia del Padre y la kénosis (anonadamiento) inmanente del Hijo se tocan, se rozan, se abrazan. 

Los brazos de la cruz fueron los brazos del Padre. Los extremos de la cruz fueron sus manos paternales. Más que a los brazos de la cruz, Jesús está firmemente clavado en el tierno y dilatado regazo del Padre. Y desde ese eterno e inefable abrazo entre la carne del Hijo y el madero del Padre, fluye y brota el más puro y poderoso amor capaz de sanar las heridas del Hijo y enjugar las lágrimas del Padre: el Espíritu Santo. En la cruz, el Hijo experimenta el mayor suplicio que es el abandono del Padre; pero a su vez, en el extremo de ese abandono, Padre e Hijo viven la mayor cercanía de la historia, el eterno instante en que Jesús cumple y entrega su misión al Padre. Así, hay agónica lejanía en la muerte y gozosa comunión en la misión. Es aquí, en la debilidad y sufrimiento de la cruz donde el Padre se revela como Soberano y en la aparente derrota de la muerte donde se revela como Todopoderoso. Por ello, el silencio del Padre nos habla, su ausencia hoy nos abraza, y su abandono nos salva.

Hoy viernes santo celebramos la pasión del Hijo y la pasión de un Impasible que es el Padre. Un Dios Todopoderoso capaz de sufrir, no por carencia de su ser sino por la abundancia de su Ser, que es el amor. Ésto es lo que significa que “Dios no perdonó ni a su propio Hijo”. Acaso ¿hay mayor amor que el de un padre por su hijo? ¿Hay mayor dolor que el de un Padre ver morir a su Hijo? Es esto lo que vivió, entregó y sufrió Dios con su Hijo y sigue sufriendo con nosotros sus hijos. Donde hay sufrimiento Dios nos acaricia, donde hay silencio Dios nos habla con ternura; donde hay soledad y ausencia Él nos acompaña, donde hay debilidad Él puede salvarnos; donde hay cruz y muerte Dios pone amor. Él es el Dios que sufre por amor en la cruz y que sufre con la cruz de cada hombre por amor.

Amigos, como dice el refrán: “amor con amor se paga”. Por ello, ante tanto amor en la cruz solo podemos responder con amor. Eso es lo que la liturgia nos propone mediante el gesto de la adoración de la cruz con un beso, y no hay pandemia ni aislamiento social que impida responder al Amor con un beso de amor. Por ello te propongo en este día lo siguiente: toma una cruz; mírala detenidamente y contempla al crucificado; intenta ver en el madero de la cruz los brazos amorosos del Padre que sostienen y acogen la entrega de su Hijo; contempla su amor y respóndele con un beso a la cruz.

Pero… ¡ojo! No te apresures ni lo hagas ligeramente. Recuerda que también con un beso Jesús fue traicionado. Te invito a que antes de besar la cruz te preguntes ¿cómo es mi beso a la cruz? ¿Cómo beso la cruz de cada día? ¿Será un beso amoroso, confiado y tierno de un hijo a su Padre, o el triste y trágico beso de un mísero traidor? ¿Será el verdadero beso de adoración o el beso del pecado que sigue martillando y matando al amor?

¿Cómo será tu beso?

Padre Sergio Romera, Arquidiocesis de San Juan de Cuyo


Otras publicaciones del autor, en este blog:

"Los colores de Semana Santa" - P. Sergio Romera

¿POR QUÉ CREO EN DIOS? - P. Sergio Romera

¿En qué Dios yo creo? - P. Sergio Romera



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domingo, 5 de abril de 2020

"Los colores de Semana Santa" - P. Sergio Romera


Queridos amigos:
Hoy comenzamos a transitar el camino de Jesús, “La Semana” entre todas las semanas, la más augusta y fontal de nuestra fe. Semana Santa es un camino lleno de imágenes, rostros y estampas. Arranca con el rostro de un Jesús aclamado por la algarabía de una multitud que lo considera y declara como Rey, pasando por el rostro desfigurado y ensangrentado de quien clavado en la cruz grita de dolor mortal por el abandono de sus amigos y hasta de su mismo Padre. 
Pero a su vez, Semana Santa es un sendero colmado de diversos “colores” que nos hablan e interpelan en nuestro caminar. En esa variedad multiforme de colores hoy celebramos un color muy particular: el verde de los olivos que luego -en pocos días- se transformará en el marrón oscuro y rudo del madero. Colores que en sus voces  hicieron escuchar el verde de los ¡Hosanna al Hijo de David!, y que luego se convertirá en el marrón amaderado de gritos y de juicios que a voces se escuchaban en inicuos e  injustos ¡Crucifíquenlo! ¡Crucifíquenlo!
Pero en la paleta del camino de la pasión, estos colores se entremezclan y nos abre los ojos al espectáculo del misterio. Contemplaremos el brillo plateado de apenas treinta monedas de plata, precio tan bajo de una terrible entrega, traición y desgarro, que tuvo como desenlace la locura de Judas, traidor y traicionado, en un rostro pálido y derrotado.
Contemplaremos también el color blanco y cristalino de aquellas aguas frescas en las que Pilato entregó a la Verdad. Frescas aguas de un rostro temeroso de quien ante la duda tomó el camino más cobarde: lavarse las manos y entregar al aparente culpable.
En el camino nos toparemos con el violeta enfurecido de un Pedro empedernido que aunque negó tres veces al Maestro, con humildad y valentía, lloró al Maestro abandonado.
Cómo no evocar el variado colorido de grises y negros mezclados de aquellas tantas mujeres que con sus mantos ocultaron tremendo dolor despedazado al ver en carne propia quien les había tanto amado. El brillo de un gris lacerado y traspasado en los ojos de una Madre que sin entender, de pie, se deja clavar y traspasar con su Hijo crucificado.
El rojizo intenso y salpicado, no de pompa ni de púrpura, sino de la sangre derramada y la entrega desperdigada del aquel Rey cuya pompa y púrpura es su propia carne destrozada. El rojo empalecido de aquel tácito soldado que ante tal espectáculo, colmado de muerte y de fracaso, reconoció que en sus manos estaba el origen de lo creado, con aquellas simples y sentidas palabras que hacían en su alma una primera confesión de fe: ¡Verdaderamente éste, era el Hijo de Dios!
Finalmente, cómo no contemplar el desafiante negro de un inmenso cielo estremecido que junto al cosmos entero grita y muere desconsoladamente el abandono de Dios.
Que Semana santa sea Santa en la medida en que tú mismo la santifiques. En el pequeño templo de tu casa, en el altar de carne que es tu corazón, en el sencillo y noble rito de tu conversión. Solo así podremos contemplar aquel color que no conoce nombre ni paleta ni pincel. Aquel color usado únicamente por el “Artista” que pintó la más bella obra de todas las obras de la historia: la obra del Tabor sin fin, la obra de la vida sin horizonte ni ocaso, la obra del amor loco y apasionado... la obra de la Resurrección.
Amigo... ¿qué color o qué colores encuentras en la paleta de tu corazón? ¿Cuál es el color que el pincel de tu alma más está utilizando? ¿Quizá el plateado de la traición o el blanco cristalino de la indiferencia? Posiblemente encuentres el violeta intenso de la negación, o el rojo pálido de una fe desvanecida. ¿O será el negro de un cielo que gime dolor y tristeza en estos tiempos de pandemia? Amigo, sea cual sea el color de nuestra alma, durante esta Semana Santa busquemos en la paleta del genuino “Artista” el brillo de la luz, el esplendor del Tabor, la vida sin ocaso de nuestra propia resurrección.
Que esta Pascua nos devuelva la alegría del encuentro, la ternura del cruce de miradas, la caricia del beso reprimido y el desborde del abrazo inesperado. Que la Pascua de Jesús sea tu Pascua: el paso del verde de los olivos al marrón del madero, y del rojo ensangrentado de la cruz, al esplendor abrazador de la Pascua.
¡Santa semana Santa!


Padre Sergio Romera, Arquidiocesis de San Juan de Cuyo 
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viernes, 3 de abril de 2020

"Esta Semana Santa celebremos juntos, cada uno en su casa" - P. Quique Bianchi



Estamos a pocos días de comenzar una Semana Santa que va a pasar a la historia como una de las más singulares de la historia moderna. Las celebraciones litúrgicas, siempre tan ricas y concurridas, tendrán que celebrarse a puertas cerradas y sin la presencia del pueblo. Esta extraña modalidad lleva implícita una pregunta pastoral: ¿cómo animar a los fieles para celebrar esta Semana Santa?

Visto desde la vida pastoral de las parroquias sabemos que las celebraciones del Domingo de Ramos y el Triduo Pascual son momentos fuertes. En Semana Santa la gente está con una tendencia interior a la contemplación del misterio pascual. Todas las celebraciones se viven de un modo muy especial. Esto tiene su raíz en el hecho de que el misterio pascual es el corazón de nuestra fe: en la muerte de Jesucristo en la cruz y en su resurrección se cifra el sentido último de nuestra vida.
En Semana Santa penetramos con nuestra vida en ese ámbito de misterio que brota de la entrega de Cristo por amor a nosotros. Es un tiempo para concentrar nuestra mirada en Jesús y su amor redentor. Las celebraciones son la ocasión para que contemplemos su Pasión, no como simples espectadores, sino como actores de ese drama. Son nuestros pecados los que carga camino al Calvario. La cruz que lleva con la infinita fuerza de su amor es también la nuestra. La mujer fuerte al pie de la cruz nos es dada ese día y para siempre como nuestra Madre y compañera. Y también, cuando al amanecer de Domingo de Pascua, la creación entera se estremece por la resurrección de Cristo, llega un eco a nuestro corazón que lo inunda de alegría. 

Lo vivido en esa semana nos ayudan a entrar en contemplación y participación del misterio pascual ¿Cómo hacerlo este año? ¿Qué podemos hacer para que esta Semana Santa no pase desapercibida? ¿Qué puede hacer un párroco -solo y encuarentenado en su parroquia- para ayudar a los fieles a configurar sus vidas con la Pasión salvadora de Jesucristo? Lo primero -en el caso de un sacerdote- es resistir a la tentación de desentenderse de la situación. La excusa está servida en bandeja: “no se puede hacer nada”. La caridad pastoral no puede conformarse con eso. En el fondo de un corazón de pastor siempre hay un llamado a buscar lo que Dios hace en su pueblo y colaborar con esa obra. El que ama siempre encuentra caminos.

Además, no podemos ser indiferentes a todas las zozobras que está pasando la gente en estos momentos. Los noticieros están llenos de muertos y peligros por el avance del virus. El aislamiento no es fácil para ninguna familia. Sobre todo para las que no tienen todo resuelto para quedarse en la casa y necesitan salir a ganarse el pan del día. Los cristianos llevamos en el ADN el reclamo de hacernos hermanos del que sufre. En ese sentido, esta situación abre un gran campo de trabajo pastoral en las parroquias ayudando a los que más necesitan. Pero en el fondo, lo que todos precisamos ante esta epidemia de miedo y soledad es un consuelo. Y nada más consolador que la certeza de la presencia amorosa de Dios en nuestras vidas. Eso necesita hoy nuestro pueblo y la Semana Santa nos ofrece una ocasión inmejorable de sembrarlo.

Una idea sencilla me resulta una brújula en estos momentos: “invitar a rezar juntos pero cada uno en su casa”. Buscar caminos para animar la oración de las familias en aislamiento en esta Semana Santa. Esto aprovechando los senderos de oración que recorre el pueblo fiel. Dios es quien está en búsqueda de su pueblo y suscita siempre formas de encuentro más allá de lo que proponemos los pastores. 

En esta ocasión, una línea de acción puede ser animar la oración del pueblo de Dios ayudando a que se sientan parte de un cuerpo en oración. Por ejemplo, desde las parroquias se podría buscar que cada familia en sus casas sientan que verdaderamente están participando de las celebraciones que se hagan en las parroquias. El decreto de la Santa Sede del 25 de marzo recomienda avisar los horarios de las celebraciones y -en lo posible- transmitirlas en directo. En esta situación el uso de las redes sociales puede ser un camino providencial. Personalmente, hasta antes de este aislamiento, tenía mis reparos con estas redes y el modo en que frecuentemente se usan. Sin negar sus innumerables posibilidades de ponernos en contacto con los demás, siempre me pareció que su ritmo interno tiende a establecer una relacionalidad más superficial que vital. Un ámbito más propio para vivir una lógica de consumo que una relación verdaderamente humana. Cualquiera sabe que no es lo mismo un “amigo” de las redes que un amigo en la vida. Sin embargo, creo que esta pandemia nos está mostrando a todos que las redes pueden también generar un vínculo profundamente humano. Ante la imposibilidad de la presencia física de nuestros seres queridos hemos aprendido a percibir en nuestro espíritu un nuevo modo de presencia, mediada por una pantalla. Esa densidad humana que puede llegar a tomar una presencia virtual es lo que tenemos que aprovechar en la evangelización, especialmente en esta Semana Santa. (Estos modos de presencia es algo que la teología tendría que ayudarnos a pensar). Desde ahí podríamos pensar las celebraciones en la parroquia. No se trata sólo de “transmitir la misa por internet”. No podemos hacer de la misa un “contenido viralizable” para el entretenimiento de los ocasionales espectadores (en este sentido parece ir la indicación del decreto de la Santa Sede cuando habla de transmisión en directo, no grabada).

Lo que hay que buscar es fomentar en la gente una verdadera participación desde sus hogares. Rezar juntos, cada uno en su casa. La asamblea convocada en torno al altar es signo de la comunión de los santos. Esta vez es imposible la reunión física. Apenas se puede intentar una especie de reunión mediatizada por las pantallas. Aun así, nada impide que esa asamblea dispersa físicamente -pero unida en un mismo espíritu- también pueda significar, de un modo análogo, la comunión de los santos.

En el terreno práctico, si la transmisión se hace por Youtube (cosa muy sencilla y económica), esta plataforma ofrece la posibilidad de ver la celebración en el televisor. Se puede invitar a la familia a que disponga el hogar para la celebración armando un altar debajo del televisor, con las imágenes religiosas de la casa, con una vela encendida. Preparando el ambiente para asistir a la misa del modo más parecido posible a la presencia en el templo. Después de todo, las primeras celebraciones cristianas eran en las casas.

También, la imposibilidad de la comunión sacramental puede dejarnos una enseñanza. Entrar en verdadera comunión con Cristo es mucho más que comer el pan sacramentado. Comulgar con Cristo es formar en Él un cuerpo de hermanos. La Eucaristía, fuente de la vida cristiana, es una gracia que nos transforma configurándonos a una existencia fraterna, como la de Jesús. Nos lleva a sentirnos hermanos de cada uno, especialmente de los débiles y sufrientes. La misa es un envío (missio) a construir la hermandad de la familia humana. Algunas piedades eucarísticas nos hacen correr el riesgo de reducir la comunión frecuente a un bien de consumo religioso para la santificación individual. Esta pandemia, además de imponernos un “ayuno eucarístico”, acerca a la comodidad de nuestro sofá el rostro de tantos que sufren enfermedades, miedos, soledades.  Un genuino fervor eucarístico nos llevaría más a tenderle nuestra mano a esos hermanos que a extrañar el pan y el vino consagrados. 

Por último, sabemos que muchos mantienen la saludable costumbre de confesarse en Semana Santa. En esta oportunidad el sacramento de la reconciliación va a resulta inaccesible. Pero en la doctrina de la Iglesia existe la posibilidad de un -si se me permite la expresión- “perdón sin sacerdote”. Es algo de lo que poco hablamos en la Iglesia y que se lo conoce como “contrición perfecta” (Catecismo 1451-1452). En este punto el papa Francisco -verdadero párroco del mundo- nos dio una lección de cómo explicarlo su misa en Santa Marta del 20 de marzo: “Es muy claro: si no encuentras un sacerdote para confesarte, habla con Dios, que es tu Padre, y dile la verdad: 'Señor, he hecho esto, esto, esto... Perdóname', y pídele perdón con todo mi corazón, con el Acto de Dolor, y prométele: 'Me confesaré más tarde, pero perdóname ahora'. Y de inmediato, volverás a la gracia de Dios. Tú mismo puedes acercarte, como nos enseña el Catecismo, al perdón de Dios sin tener un sacerdote a mano. Piensa en ello: ¡es la hora! Y este es el momento adecuado, el momento oportuno. Un acto de dolor bien hecho, y así nuestra alma se volverá blanca como la nieve”. En definitiva, más allá de los miedos, más allá del dolor y de la muerte que parecen campearse triunfantes estos días, tenemos una certeza que estamos llamados a contemplar y compartir en esta Semana Santa más que nunca: el amor de Cristo -entregado en la cruz- es más fuerte que todos los males y nos sostiene cada día. ¡No dejemos que un virus nos robe la Semana Santa! 

Quique Bianchi Viernes de Pasión 2020 

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