sábado, 28 de julio de 2018

Homilía Dominical: "Dadles de Comer" - (+ José Aldazabal SDB)




Decimoséptimo Domingo del tiempo ordinario

Evangelio según San Juan 6,1-15.

Jesús atravesó el mar de Galilea, llamado Tiberíades. Lo seguía una gran multitud, al ver los signos que hacía curando a los enfermos. Jesús subió a la montaña y se sentó allí con sus discípulos. Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a él y dijo a Felipe: "¿Dónde compraremos pan para darles de comer?". El decía esto para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer. Felipe le respondió: "Doscientos denarios no bastarían para que cada uno pudiera comer un pedazo de pan". Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: "Aquí hay un niño que tiene cinco panes de cebada y dos pescados, pero ¿qué es esto para tanta gente?". Jesús le respondió: "Háganlos sentar". Había mucho pasto en ese lugar. Todos se sentaron y eran uno cinco mil hombres. Jesús tomó los panes, dio gracias y los distribuyó a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados, dándoles todo lo que quisieron. Cuando todos quedaron satisfechos, Jesús dijo a sus discípulos: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada". Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada. Al ver el signo que Jesús acababa de hacer, la gente decía: "Este es, verdaderamente, el Profeta que debe venir al mundo". Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.


Dadles de comer

Jesús se compadece de la multitud y del hambre que a estas horas deben tener. Por eso, además de anunciarles la Palabra que viene de Dios, les multiplica también el pan material. Es una lección para sus discípulos de todos los tiempos.
¿No se ha dedicado la Iglesia a "dar de comer" a los pobres y a los más abandonados a lo largo de dos mil años de historia? ¿no se ha dedicado también a los enfermos? ¿no ha sabido conjugar la evangelización con la beneficencia y el cuidado material de los más pobres, completando lo que en principio pertenecería a los deberes de cada Estado?
También ahora, y en ritmo creciente, el hambre es uno de los mayores problemas del mundo. ¿Cuántos millones de personas, sobre todo niños, mueren cada año de hambre? Esto va unido a la voz profética que levanta la Iglesia a favor de la justicia y de la recta distribución de la riqueza de este mundo. Sin justicia y una nivelación justa entre países ricos y pobres no se puede "dar de comer" a todos.
En este encargo de "dadles vosotros de comer" entra, no sólo el poder milagroso de Dios, sino también la colaboración humana. En el caso de Eliseo, y también en el de Jesús, hay personas que se adelantan generosamente. Uno ofrece veinte panes de cebada, y Dios hace el resto. El joven del evangelio tiene cinco panes y dos peces, y Cristo los bendice y obra el milagro de que basten para alimentar a todos, salvando la evidente desproporción. O sea, Dios no desdeña la aportación humana. Al contrario: a partir de lo que hacemos nosotros, él realiza el milagro de la multiplicación.
Son muchos los que colaboran en esta "multiplicación de panes" en el momento actual: cristianos comprometidos, misioneros, voluntarios, cooperantes, religiosos y religiosas que trabajan desinteresadamente en el campo sanitario y educativo y "comparten su pan" con los que no tienen. Esta colaboración es a veces económica (harían falta 200 denarios, dice Felipe) y otras, la donación de sí mismos, de su tiempo, de su trabajo. Lo hacen no sólo con los países del Tercer Mundo, sino más cerca, en su propio ambiente, en que los ancianos o los enfermos o los pobres necesitan "pan", que puede ser nuestra acogida y nuestra cercanía.
Dios hará crecer y fructificar lo que nosotros aportamos, aunque parezca claramente insuficiente. Ojalá Cristo Jesús, nuestro Juez al final del camino, pueda decimos a nosotros: "me disteis de comer... me disteis de beber... lo hicisteis conmigo".

Del pan material al espiritual

Compartir el pan material es un símbolo muy expresivo de otros "panes" de los que también tiene hambre la humanidad: la cultura (¡cuántos están sin escuela!), trabajo (un trabajo digno y estable), vivienda (sobre todo para los que están en la calle y para los jóvenes que quieren formar una nueva familia), posibilidades de vida (en particular para los inmigrantes que han tenido que abandonar su patria).
Pero en el conjunto del evangelio se ve cómo Jesús, además del pan material (y de la luz física de los ojos y del agua natural del pozo) quiere dar a la gente un pan y una luz y un agua espirituales. Les da de comer y cura enfermos y resucita muertos, pero también, y sobre todo, les predica el Reino, les perdona los pecados, les conduce a Dios. Por eso se escapa cuando le quieren proclamar rey. Es lo que explica el "secreto mesiánico" que notamos en diferentes ocasiones: él no quiere que se queden en el mero hecho de unos milagros materiales, sino que den el salto a la fe.
El discurso de Juan 6 irá poco a poco conduciendo a los lectores a la comprensión más profunda del sacramento de la Eucaristía, que, cuando él escribe su evangelio, hacía ya décadas que los cristianos celebraban.
Él cuenta la multiplicación de los panes con un lenguaje claramente "eucarístico": "tomó... dio gracias... repartió", aludiendo también a la "fracción del pan", porque habla de "los pedazos" que sobraron. No es que aquella fuera una Eucaristía, pero sí que él nos prepara, ya desde el relato del milagro, para que entendamos el sentido eucarístico de su catequesis sobre el Pan de la Vida.
También para nosotros sucede que "el pan y el vino" que traemos en el ofertorio -idealmente, aportación de la comunidad- están destinados a una transformación admirable, y se convertirán, por la invocación del Espíritu y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y Sangre de Cristo, verdadero alimento espiritual para nuestro camino cristiano.

Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz

Hoy resuena también en las lecturas una llamada a la unidad eclesial. Para Pablo el creer en Cristo Jesús y estar bautizados en su nombre tienen unas consecuencias importantes. Entre ellas, hoy nos subraya una: la unidad.
Si el domingo pasado leíamos cómo Cristo ha roto el muro de división entre los pueblos, ahora nos toca a nosotros traducir la misma convicción a la vida interior de nuestra comunidad: "esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz".
Las consignas que da Pablo a los de Éfeso son igualmente actuales para nosotros. Él tiene experiencia. Sabe cuáles son los problemas de una comunidad humana, sea familiar o civil o eclesial: tensiones, divisiones, discusiones, intransigencias... Desde la cárcel de Roma les da -y nos da- unas consignas siempre válidas.
La base teológica y la raíz última de nuestra unidad podemos decir que es "trinitaria": todos tenemos un solo Dios que es Padre de todos, un Cristo Jesús que se ha entregado por todos y un Espíritu que es el alma de la comunidad. También tenemos una fe y un Bautismo.
Pero esto tiene que ir acompañado de unas actitudes: "sed humildes y amables... sed comprensivos... sobrellevaos mutuamente con amor...". Todos los argumentos teológico s a favor de la unidad no valen gran cosa si no hay amor entre nosotros. Tal vez la unidad falla por culpa nuestra. La Iglesia no está dando precisamente el testimonio de unidad y de amor que Pablo quisiera, ni con los otros cristianos ni entre nosotros mismos.
En el fondo, tenemos que imitar lo que hizo Cristo. Él no sólo dio "cosas" (multiplicando, por ejemplo, panes), sino que se dio a sí mismo, en toda su vida, y sobre todo en la cruz. Si le imitamos, entonces podemos decir que "andamos como pide la vocación a la que hemos sido convocados".

Esto no sólo tiene sentido en clave de relaciones ecuménicas entre las varias confesiones cristianas, o de la unidad que debe existir en la Iglesia universal o diocesana, sino también en la parroquia, en una comunidad religiosa, en una familia cristiana.

+ José Aldazabal  SDB  

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