lunes, 17 de abril de 2017

CRISTO, UNA VEZ RESUCITADO DE ENTRE LOS MUERTOS, YA NO MUERE


CRISTO, UNA VEZ RESUCITADO DE ENTRE LOS MUERTOS, YA NO MUERE

Hermanos: Cuantos en el bautismo fuimos sumergidos en Cristo Jesús fuimos sumergidos en su muerte. Por nuestro bautismo fuimos, pues, sepultados con él, para participar de su muerte; para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Pues, si hemos sido injertados vitalmente en Cristo por la imagen de su muerte, también lo estaremos por la imagen de su resurrección.

Ya sabemos que nuestra antigua condición humana fue crucificada con Cristo, a fin de que la solidaridad general con el pecado fuese destruida y dejásemos de ser esclavos del pecado, pues el que muere queda libre de pecado.

Si verdaderamente hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no tiene ya poder sobre él. Su muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre, mas su vida es un vivir para Dios. Así también considerad vosotros que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo Jesús.

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 6, 3-11

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martes, 4 de abril de 2017

LA CRUZ DE CRISTO FUENTE DE TODA BENDICIÓN y ORIGEN DE TODA GRACIA



LA CRUZ DE CRISTO FUENTE DE TODA BENDICIÓN y ORIGEN DE TODA GRACIA

Nuestro entendimiento, iluminado por el Espíritu de la verdad, debe aceptar con corazón puro y libre la gloria de la cruz, que irradia sobre el cielo y la tierra, y penetrar con su mirada interior el sentido de las palabras del Señor, cuando habla de la inminencia de su pasión: Ya ha llegado la hora en que va a ser glorificado el Hijo del hombre. Y un poco más adelante: Ahora -dice- mi alma está agitada, y ¿qué voy a decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Pero si precisamente para esto he llegado a esta hora! Padre, glorifica a tu Hijo. Y como llegase del cielo la voz del Padre, que decía: Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo, Jesús, dirigiéndose a los circunstantes, dijo: No por mí, sino por vosotros se ha dejado oír esta voz. Ahora viene la condenación de este mundo; ahora el señor de este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí.

¡Oh admirable poder de la cruz! ¡Oh inefable gloria de la pasión! En ella se encuentra el tribunal del Señor, el juicio del mundo, el poder del crucificado.

Atrajiste a todos hacia ti, Señor, a fin de que el culto de todas las naciones del orbe celebrara, mediante un sacramento pleno y manifiesto, lo que se realizaba en el templo de Judea sólo como sombra y figura.

Ahora, en efecto, es más ilustre el orden de los levitas, más alta la dignidad de los ancianos, más sagrada la unción de los sacerdotes; porque tu cruz es la fuente de toda bendición, el origen de toda gracia; por ella, los creyentes reciben, de la debilidad, la fuerza, del oprobio, la gloria y, de la muerte, la vida. Ahora, asimismo, abolida la multiplicidad de los antiguos sacrificios, la única oblación de tu cuerpo y sangre lleva a su plenitud los diferentes sacrificios carnales; porque tú eres el verdadero Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo; y así, en tu persona, llevas a la perfección todos los misterios, para que todos los pueblos constituyan un solo reino, del mismo modo que todas las víctimas ceden el lugar al único sacrificio.

Confesemos, pues, hermanos, lo que la voz del bienaventurado maestro de las naciones, el apóstol Pablo, confesó gloriosamente: Sentencia verdadera y digna de universal adhesión es ésta: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.

En efecto, tanto más admirable es la misericordia de Dios para con nosotros, cuanto que Cristo murió, no por los justos o los santos, sino por los pecadores y los injustos; y, como era imposible que la naturaleza divina experimentase el aguijón de la muerte, tomó, naciendo de nosotros, una naturaleza que pudiera ofrecer por nosotros.

Ya mucho antes amenazaba a nuestra muerte con el poder de su propia muerte, diciendo por boca del profeta Oseas: Oh muerte, yo seré tu muerte; país de los muertos, yo seré tu aguijón. Al morir, en efecto, se sometió al poder del país de los muertos, pero lo destruyó con su resurrección; sucumbiendo al peso de una muerte que no hacía excepción, la convirtió de eterna en temporal. Porque lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida.

De los Sermones de san León Magno, papa
(Sermón 8 Sobre la pasión del Señor, 6-8: PL 54, 340-342)

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