sábado, 24 de diciembre de 2016

"LA NAVIDAD DEL BICENTENARIO ARGENTINO (1816 – 2016)" - Pbro. Dr. Pablo Nazareno Pastrone

(Revista Criterio, 22 de diciembre de 2016)

Queridos amigos en vísperas de Navidad les comparto un artículo del Pbro. Dr. Pablo Pastrone publicado en la Revista Criterio el 22 de diciembre de 2016.
(http://www.revistacriterio.com.ar/bloginst_new/2016/12/22/la-navidad-del-bicentenario-argentino-1816-2016/)


"A LA NAVIDAD DEL BICENTENARIO ARGENTINO  (1816 – 2016)"



Según una firme y sostenida tradición, durante la cena de la Nochebuena de 1816, el General Don José de San Martín habría encomendado a un grupo de mujeres la confección de la Bandera del Ejército de los Andes, con el propósito de bendecirla la Noche de Reyes de 1817, ceremonia en la que se nombraría a Nuestra Señora del Carmen como Patrona de dicho Ejército en la Iglesia Matriz de Mendoza.

La Bandera pretendía ser, sin lugar a dudas, la proclama simbólica de la Independencia de la Nación y de su futuro, de la que se hacía eco el grito jubiloso de los libres del mundo, misión a la que las tropas patrióticas se habían entregado generosamente. En efecto, el conjunto de signos que conforman tal insignia lo manifiestan patentemente, a saber: el gorro frigio de la igualdad; las manos unidas de la fraternidad; la pica del trabajo; el sol de la libertad y de la unidad nacional; los laureles que cantan la gloria y las Montañas como imagen del terruño y de la esperanza de ver cumplido el sueño americano.

Este dato histórico evocado en las vísperas de la Navidad del 2016, me inspira una reflexión acerca de los doscientos años transcurridos como país emancipado, pero sobre todo, bien valga, un pensamiento referido al presente, al “aquí y ahora” de nuestras circunstancias:

La igualdad: “La democracia lleva el nombre más bello que existe: igualdad”, esta frase del célebre Heródoto (484 – 425 a. C.), el padre de la historiografía, nos ayuda a comprender el verdadero sentido de una forma de gobierno llamada a dar participación al “pueblo”, como su misma denominación etimológicamente lo indica (Demo-kratía: reino de la gente). En la actualidad, sobran las malas noticias de las “desigualdades” forzadas, las discriminaciones y atropellos. Al respecto, Francisco, el papa argentino, expresó muy lúcidamente en una oportunidad: “La Patria florece cuando vemos en el trono a la noble igualdad, como bien dice nuestro himno nacional. La injusticia en cambio lo ensombrece todo. ¡Qué triste es cuando uno ve que podría alcanzarse perfectamente para todos y resulta que no!”.  ¿No será que estamos frente a una suerte de bullying social establecido, del que el acoso escolar o barrial, que tanta indignación nos produce, es, ni más ni menos, que un botón de muestra o la punta del iceberg de una enfermedad global? Cabe admitir, que el “igualitarismo”, malsano como muchos “ismos”, tampoco producirá frutos de justicia. No es posible una homogeneidad monolítica, tosca y “pegoteada” en un mundo tan vasto y rico, que desde antiguo se lo llamó sabiamente Universo, Uno pero Diverso.

La fraternidad: “Quiero ser el hermano del hombre blanco, no su hermano político”. Este anhelo de Martin Luther King, el famoso líder de los derechos civiles de los afroamericanos en EEUU, asesinado por sus ideales, abre perspectivas, aún más allá de los horizontes de nuestra Patria. Soñar con un mundo hermanado puede llegar a sonar utópico, realidad que no nos debe impedir seguir soñando y despertar ofreciendo las manos a la obra. Considerar al otro como hermano supone no sólo reconocer la igualdad de condiciones sino también admitirlo como miembro de la misma familia, cuyo lazo supera armónicamente las diferencias individuales. 

La libertad y la unidad nacional: Rousseau, uno de aquellos cuyas ideas inspiraron la Revolución Francesa, expresó crudamente que: “La libertad no es un fruto que crezca en todos los climas, causa de que ésta no esté al alcance de todos los pueblos”. Pienso que no tenía razón. El mismo misterio de la libertad humana puede revertir tal situación. Debemos educarnos para ser libres pues no se nace para esclavo. “Seamos libres que lo demás no importa nada”, diría desde nuestro suelo el Libertador San Martín. Las modernas formas de esclavitud –no hace falta consignarlas– y, que asedian también a la Argentina, evidencian tristemente que todavía nos cuesta comprender del todo esta realidad.

El trabajo: Concebir el trabajo como medio para alcanzar el bien común de la sociedad nos salvará de los egoísmos tanto personales como colectivos, deseosos de transformar juntos nuestra Tierra. 

La gloria: “los laureles que supimos conseguir” hay que conservarlos “sin dormirnos en ellos”, como dice el dicho popular. Pero, ¿dónde ponemos nuestra gloria los argentinos? O, mejor, ¿cuál es nuestra gloria? ¿Cultura? ¿Solidaridad? ¿Dinero? ¿Entretenimientos? Dejamos estos interrogantes para la tranquila reflexión de los lectores.  

            Las montañas: El sueño de la Patria Grande que encendía el corazón de nuestros antiguos próceres tendría que llevarnos hoy a contemplar al que sufre, al desvalido, a las “otras patrias”, no volver nunca las espaldas a las necesidades de los demás. Imperativo que también nos tiene que conducir a tomar conciencia del cuidado de nuestra casa común, la naturaleza, como dijera Francisco en la encíclica Laudato Si.

            Finalmente, los colores azul-celeste y blanco nos remiten inmediatamente al campo de los altos ideales que, aunque caminemos siempre por debajo de ellos, la Patria no se logra construir sin un Norte adónde dirigirse, sin una brújula que nos indique el sendero.  

 Termino. La Bandera del Ejército de los Andes, reliquia del pasado, nos prestó metafóricamente su simbología para aplicarla a nuestra realidad concreta. ¿Podremos nosotros en esta Navidad del Bicentenario, enarbolar un nuevo estandarte, signo de un compromiso real que queremos asumir en favor del medro de nuestro pueblo? O, ¿sólo desplegaremos slogans residuales que ya no nos identifican y, peor aún, que resultan hoy impracticables? También nos iluminaron los dichos de personajes ilustres de distintos tiempos y espacios en orden a trascender las fronteras y perfilar una sinfónica síntesis en la diversidad multicultural: entre lo universal y lo particular, entre lo viejo y lo nuevo, entre lo nacional y lo internacional, entre lo grande y lo pequeño e infinitos binomios que se nos ocurran. Prodigiosa y bella amalgama que tanto entusiasmó a San Pablo –si hablamos desde una perspectiva cristiana– “Ya no se distinguen judío ni griego, esclavo y libre, hombre y mujer, porque todos ustedes son uno con Cristo Jesús” (Gál 4, 28). Equidad que no denota ningún tipo de confusión ni “mezcolanza”, más bien al contrario, la hermosa distinción que nos iguala es una sola: el hecho de ser todos hijos de Dios. En una época de crisis institucional y de caída de casi todos los relatos, una prudencial “vuelta a las fuentes” puede tirar algunas pistas para orientar la renovación profunda que necesitamos urgentemente. ¡Feliz Navidad 2016!

Pbro. Dr. Pablo Nazareno Pastrone



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viernes, 16 de diciembre de 2016

LA CANONIZACIÓN DEL SANTO CURA BROCHERO - "Anuncio de una firme esperanza" -Pbro. Ángel Hernández

Al cumplirse dos meses de la canonización de Cura Brochero, el Pbro. Ángel Bartolomé Hernández
(Rector del Colegio Sacerdotal Anrgentino en Roma) nos comparte el siguiente texto:

Anuncio de una firme esperanza




“…nos ha elegido en él, antes de la creación del mundo,
para que fuéramos santos
e irreprochables en su presencia, por el amor..” Ef 1,4

Cuando cada lunes, en la liturgia de las vísperas, cantamos o recitamos ésta palabras, tomadas del hermoso himno paulino, nos parece un ideal muy lejano y cumplido solo en algunos.
“Elegidos para ser santos”. Al decir “elegidos” o bien “llamados” nos sentimos involucrados, es algo que nos toca también a todos los que entendemos la vida cristiana como una vocación. Cuando decimos “santos” pensamos en aquellos a quienes la iglesia nos presenta como modelos. Pero no nos atrevemos a pensar que cada uno de nosotros ha sido querido por Dios no sólo como llamado, sino también como santo. Andando más adelante decir “irreprochable”  (en algunas traducciones inmaculados) la sensación es de más lejanía y quizá el calificativo lo pensamos sólo como realizado en una persona, la Santísima Virgen María.
Entonces surge la pregunta ¿será posible que se realice, también en mí el designio de Dios cantado por Pablo en su himno?
La reciente canonización del Santo Cura Brochero ha sido para los argentinos un motivo de gran alegría. Hemos traído a la conciencia el don, la gracia, lo que Dios puede hacer en una persona que se toma en serio su vocación cristiana y dejar a Dios hacer.
“El santo no nace, se hace”. Este proverbio seguramente lo hemos escuchado. Es verdad, la santidad es una elección-vocación, por eso Pablo dice “elegidos para ser santos” y es una tarea, el mismo apóstol dice “los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han recibido” (Ef 4,1). Es acoger activamente. Es disponerse para que Dios obre y obrar con Dios, como dócil instrumento.
La tarea de quien quiere vivir de manera digna la vocación a la santidad consiste ante todo en caer en la cuenta de que ésta es la gran oportunidad de hacer de su vida algo grande.
Cuando José Gabriel del Rosario hace sus primeros Ejercicios Espirituales entendió muy cabalmente que él como hombre ha sido creado para alabar, para hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto salvar su alma (cfr. Ejercicios Espirituales, 23).
¿Quién puede llegar a tal conciencia? Quien ante todo siente muy presente a Dios. Se da cuenta, entra en su Presencia, se estremece ante sus palabras, se estremece ante la santidad de Dios. Y cuando sale de esa experiencia todo le parece en orden. Él para Dios y todas las cosas a su servicio para que alcance ese fin.
“… las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la  prosecución del fin para que es criado” (EE, 23).
El proyecto está hecho, ahora hay que comenzar la obra. Ocupará toda la vida y se pasará por diversos estadios. El entusiasmo del inicio, la fatiga del perseverar, los obstáculos que paralizan, el recomenzar con alegría, el echar los cimientos que quedarán enterrados y desconocidos, colocar con paciencia parte, buscar la belleza de las formas y la utilidad de cada espacio, culminar la obra y abrirla al servicio de los demás. Ocupa toda una vida. En efecto el santo Dios no lo hace en un solo día. El santo no responde sólo una vez, va respondiendo cada vez que siente la Voz interior, va buscando un Rostro, va intuyendo y gustando una presencia. Se va derramando como perfume y soltando poco a poco lo más precioso del aroma.
Nuestro santo Cura Brochero nos trae de nuevo el mensaje que tantas veces transmitió a los suyos: “miren para qué han sido creados”, es decir descubran que su vocación es la santidad. Su canonización nos ha permitido releer su vida y darnos cuenta que eso que Dios hizo en Él lo puede también hacer en nosotros si queremos y adherimos decididamente a su proyecto.
La Purísima nos alentará testimoniando que Dios hace cosas grandes en los humildes y pequeños.

“Que él ilumine sus corazones,
para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados,
los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos,
y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros,

los creyentes, por la eficacia de su fuerza”  Ef 1,18,19

Pbro. Ángel Bartolomé Hernández
Rector del Colegio Sacerdotal Anrgentino en Roma


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lunes, 12 de diciembre de 2016

"LA VOZ DE LA TÓRTOLA SE HA ESCUCHADO EN NUESTRA TIERRA". - VIRGEN DE GUADALUPE



FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE. 


Según una constante y sólida tradición, la imagen de la Virgen de Guadalupe, a raíz de su impresión en la tilma del indio Juan Diego en 1531, en la ciudad de México, permaneció algunos días en la capilla episcopal del obispo fray Juan de Zumárraga, y luego en el templo mayor. El 26 de diciembre de ese mismo año fue trasladada solemnemente a una ermita construida al pie del cerro del Tepeyac. Su culto se propagó rápidamente e influyó mucho para la difusión de la fe entre los indígenas. Después de habérsele construido sucesivamente otros tres templos al pie del cerro, se construyó el actual, que fue terminado en 1709 y elevado a la categoría de basílica por san Pio X en 1904. En 1754, Benedicto XIV confirmó el patronato de la Virgen de Guadalupe sobre toda la Nueva España (desde Arizona hasta Costa Rica) y concedió la primera misa y Oficio propios. Puerto Rico la proclamó su Patrona en 1758. El 12 de octubre de 1895 tuvo lugar la coronación pontificia de la imagen, concedida por León XIII, el cual había aprobado un año antes un nuevo Oficio propio. En 1910, san Pio X la proclamó Patrona de la América Latina; en 1935, Pio XI la nombró Patrona de las Islas Filipinas; y, en 1945, Pio XII le dio el título de Emperatríz de América.
La veneración a la Virgen de Guadalupe despierta en el pueblo una grande confianza filial hacia ella, ya que se presenta solícita para dar auxilio y defensa en las tribulaciones; es, además, un impulso hacia la práctica de la caridad cristiana, al mostrar la predilección de María por los humildes y necesitados, y su disposición por remediar sus angustias. 


LA VOZ DE LA TÓRTOLA SE HA ESCUCHADO EN NUESTRA TIERRA.

Un sábado de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, un indio de nobre Juan Diego iba muy de madrugada del pueblo en que residía a Tlatelolco, a tomar parte en el culto divino y a escuchar los mandatos de Dios. Al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyac, amanecía, y escuchú que le llamaban de arriba del cerrillo: "Juanito, Juan Dieguito." 

Él subió a la cumbre y vió a una señora de sobrehumana grandeza, cuyo vestido era radiante como el sol, la cual, con palabra muy blanda y cortés, le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijo, sabe y ten entendido que yo soy la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quien se vive. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y prodigar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa a todos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen. Ve al Obispo de México a manifestarle lo que mucho deseo. Anda y pon en ello todo tu esfuerzo." 

Cuando llegó Juan Diego a presencia del Obispo Don Fray Juan de Zumárraga, religioso de san Francisco, éste pareció no darle crédito y le respondió: "Otra vez vendrás y te oiré más despacio." 

Juan Diego volvió a la cumbre del cerrillo, donde la Señora del Cielo le estaba esperando, y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, niña mía, expuse tu mensaje al Obispo, pero pareció que no lo tuvo por cierto. Por lo cual te ruego que le encargues a alguno de los principales que lleve tu mensaje para que le crean, porque yo soy sólo un hombrecillo." 

Ella le respondió: "Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo y le digas que yo en persona la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, soy quien te envió." 

Pero al dIa siguiente, domingo, el Obispo tampoco le dio crédito y le dijo que era muy necesaria alguna señal para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo. Y le despidió. 

El lunes, Juan Diego ya no volvió. Su tío Juan Bernardino se puso muy grave y, por la noche, le rogó que fuera a Tlatelolco muy de madrugada a llamar un sacerdote que fuera a confesarle. 

Salió Juan Diego el martes, pero dio vuelta al cerrillo y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo. Más ella le salió al encuentro a un lado del cerro y le dijo: "Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es
nada lo que te asusta y aflige. No se turbe tu corazón ni te inquiete cosa alguna. ¿no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿no estás bajo mi sombra? ¿no estas por ventura en mi regazo? No te aflija la enfermedad de tu tío.
Está seguro de que ya sanó. Sube ahora, hijo mío, a la cumbre del cerrillo, donde hallarás diferentese flores; córtalas y tráelas a mi presencia." 

Cuando Juan Diego llegó a la cumbre, se asombró muchísimo de que hubiesen brotado tantas exquisitas rosas de Castilla, porque a la sazón encrudecía el hielo y las llevó en los pliegues de su tilma a la Señora del Cielo.

Ella le dijo:
"Hijo mío, ésta es la prueba y señal que llevarás al Obispo para que vea en ella mi voluntad. Tú eres mi embajador muy digno de conrianza." 

Juan Diego se puso en camino, ya contento y seguro de salir bien. Al llegar a la presencia del Obispo, le dijo: "Señor, hice lo que me ordenaste. La Señora del Cielo condescendió a su recado y lo cumplió. Me despachó a la cumbre del cerrillo a que fuese a cortar varias rosas de Castilla. Y me dijo que te las trajera y que a ti en persona te las diera. Y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad. Helas aquí: recíbelas." 

Desenvolvió luego su blanca manta, y, así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyac. 

La ciudad entera se conmovió, y venía a ver y a admirar su devota imagen y hacerle oración, y, siguiendo el mandato que la misma Señora del Cielo diera a Juan Bernardino cuando le devolvió la salúd se le nombró, como bien había de nombrarse: "La Virgen santa María de Guadalupe."

Del Nicán Mopohua, relato del escritor indígena del siglo dieciseis don Antonio Valeriano 

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domingo, 11 de diciembre de 2016

"JUAN ERA LA VOZ, CRISTO LA PALABRA" - San Agustín

3° Domingo de Adviento



JUAN ERA LA VOZ, CRISTO LA PALABRA

Juan era la voz; pero el Señor era la Palabra que existía ya al comienzo de las cosas. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el principio.

Suprime la palabra, y ¿qué es la voz? Donde falta la idea no hay más que un sonido. La voz sin la palabra entra en el oído, pero no llega al corazón.

Observemos el desarrollo interior de nuestras ideas. Mientras reflexiono sobre lo que voy a decir, la palabra está dentro de mí; pero, si quiero hablar contigo, busco el modo de hacer llegar a tu corazón lo que ya está en el mío.

Al buscar cómo hacerla llegar a ti, cómo introducir en tu corazón esta palabra interior mía, recurro a la voz y con su ayuda te hablo. El sonido de la voz conduce a tu espíritu la inteligencia de una idea mía, y cuando el sonido vocal te ha llevado a la comprensión de la idea, se desvanece y pasa, pero la idea que te trasmitió permanece en ti sin haber dejado de estar en mí.

Y una vez que el sonido ha servido como puente a la palabra desde mi espíritu al tuyo ¿no parece decirte: Es preciso que él crezca y que yo disminuya? Y una vez que ha cumplido su oficio y desaparece ¿no es como si te dijera: Mi alegría ahora rebasa todo límite? Apoderémonos de la palabra, hagámosla entrar en lo más íntimo de nuestro corazón, no dejemos que se esfume.

¿Quieres ver cómo la voz pasa y la divinidad de la Palabra permanece? ¿Dónde está ahora el bautismo de Juan? Él cumplió su oficio y desapareció. Pero el bautismo de Cristo permanece. Todos creemos en Cristo y esperamos de él la salvación; esto es lo que dijo la voz.

Y como es difícil discernir entre la Palabra y la voz, los hombres creyeron que Juan era Cristo. Tomaron a la voz por la Palabra. Pero Juan se reconoció como la voz para no usurparle los derechos a la Palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Le preguntaron: ¿Qué dices de tu persona? Y él respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor.» La voz del que clama en el desierto, la voz del que rompe el silencio. Preparad el camino del Señor, como si dijera: «Soy la voz cuyo sonido no hace sino introducir la Palabra en el corazón; pero, si no le preparáis el camino, la Palabra no vendrá adonde yo quiero que ella entre.»

¿Qué significa: Preparad el camino, sino: «Rogad insistentemente»? ¿Qué significa: Preparad el camino, sino: «Sed humildes en vuestros pensamientos»? Imitad el ejemplo de humildad del Bautista. Lo toman por Cristo, pero él dice que no es lo que ellos piensan ni se adjudica el honor que erróneamente le atribuyen.

Si hubiera dicho: «Soy Cristo», con cuánta facilidad lo hubieran creído, ya que lo pensaban de él sin haberlo dicho. No lo dijo: reconoció lo que era, hizo ver la diferencia entre Cristo y él, y se humilló.

Vio dónde estaba la salvación, comprendió que él era sólo una antorcha y temió ser apagado por el viento de la soberbia.

De los Sermones de san Agustín, obispo.
(Sermón 293, 3: PL 38, 1328-1329)

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jueves, 8 de diciembre de 2016

-IR HACIA LOS DEMÁS TAL COMO EL SEÑOR VIENE HACIA NOSOTROS.- San Ambrosio


San Ambrosio


Nació en Tréveris, hacia el año 340, de una familia romana. Estudió en Roma y comenzó una brillante carrera en Sirmio. El año 374, mientras vivía en Milán, fue inesperadamente elegido obispo de aquella ciudad y fue ordenado el día 7 de diciembre. Cumplió con toda fidelidad su ministerio, ejercitándose principalmente en la caridad para con todos, como verdadero pastor y maestro de sus fieles. Protegió con valentía los derechos de la Iglesia; con sus escritos y con sus obras, defendió, contra los arrianos la fe verdadera. Murió en Sábado santo, el día 4 de abril del año 397

Evangelio según San Mateo 11,28-30. (7 de Diciembre)


Jesús tomó la palabra y dijo: "Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana." 



-Ir hacia los demás tal como el Señor viene hacia nosotros.-

      La moderación es, sin duda, la más bella de todas las virtudes… Es tan sólo a ella que la Iglesia, adquirida al precio de la sangre del Señor, debe su expansión; ella es imagen del favor celestial de la redención universal… Por eso, el que se dedica a corregir los defectos de la debilidad humana debe soportar, y en cierta manera cargar esta debilidad sobre sus propios hombros, en lugar de rechazarlos. Porque leemos que el pastor del Evangelio llevó la oveja cansada, no que la rechazó (Lc 15,5)… En efecto, la moderación debe temperar a la justicia. De no ser así ¿cómo alguno hacia quien muestras desagrado –alguien que pensaría ser para su médico objeto de desprecio y no de compasión- podría venir hacia ti para ser curado?. 

      Por eso el Señor ha dado muestras de compasión hacia nosotros. Su deseo era el de llamarnos para que fuéramos hacia él y no hacernos huir asustándonos. La dulzura marca su venida; su venida está marcada por la humildad. Por otra parte, dijo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Así pues, el Señor reconforta, no excluye a nadie, no rechaza jamás. Con razón escogió como discípulos a unos hombres que, fieles intérpretes de la voluntad del Señor, reunirían al pueblo de Dios, en lugar de rechazarlo.



San Ambrosio (c. 340-397), obispo de Milán y doctor de la Iglesia 
La Penitencia, I, 1

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domingo, 4 de diciembre de 2016

UNA VOZ CLAMA EN EL DESIERTO - 2° Domingo de Adviento



UNA VOZ CLAMA EN EL DESIERTO

Una voz clama en el desierto: «Preparad el camino del Señor, enderezad las sendas para nuestro Dios.» El profeta afirma claramente que no es en Jerusalén, sino en el desierto, donde se cumplirá esta profecía, es decir, la manifestación de la gloria del Señor y el anuncio de la salvación de Dios a todos los hombres.

Estas cosas se cumplieron en la historia y a la letra cuando Juan Bautista predicó la venida salvadora de Dios en el desierto del Jordán, donde se reveló la salvación de Dios. Porque Cristo se manifestó y su gloria se hizo patente a todos cuando, en su bautismo, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo, descendiendo en forma de paloma, permaneció sobre él y se oyó la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo muy amado, escuchadlo.

Estas cosas se dijeron porque Dios iba a venir a un desierto que había estado siempre cerrado e inaccesible: todas las naciones estaban privadas del conocimiento de Dios, y los justos y los profetas evitaban el trato con ellas. Por eso aquella voz manda preparar un camino a la Palabra de Dios y enderezar las sendas, para que cuando llegue nuestro Dios pueda avanzar sin obstáculos. Preparad el camino del Señor: este camino es la proclamación de la Buena Noticia que trae a todos un nuevo consuelo, que desea ardientemente hacer llegar a todos los hombres el conocimiento de la salvación de Dios.

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas palabras que acabamos de citar están cuidadosamente ordenadas y hacen una oportuna mención de los evangelistas: después de haber hablado de la voz que clama en el desierto, anuncian la llegada de Dios a los hombres. A la profecía sobre Juan Bautista sigue muy lógicamente la mención de los evangelistas.

¿Cuál es esta Sión sino la que antes fue llamada Jerusalén? Pues también aquélla era un monte, como dice la Escritura: El monte Sión donde pusiste tu morada, y el Apóstol: Os habéis acercado al monte de Sión. ¿No aludirá acaso al coro de los apóstoles, elegidos de entre aquel primer pueblo de la circuncisión?

Es esta Sión y Jerusalén la que ha recibido la salvación de Dios y que ha sido edificada sobre el monte de Dios, es decir, sobre el Verbo unigénito. Y es a ésta a quien Dios manda subir al monte alto y anunciar la palabra de la salvación. ¿Quién es el que lleva la Buena Noticia sino el coro de los que proclaman el Evangelio? ¿Qué significa llevar la Buena Noticia? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, la venida de Cristo a la tierra.


De los Comentarios de Eusebio de Cesarea, obispo, sobre el profeta Isaías
(Cap. 40: PG 24, 366-367)

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sábado, 3 de diciembre de 2016

¡AY DE MÍ SI NO ANUNCIARA LA BUENA NUEVA! - S. FRANCISCO JAVIER

Hoy celebramos a SAN FRANCISCO JAVIER, presbítero. 

Nació en España, el año 1506; mientras estudiaba en París, se unió a san Ignacio. Fue ordenado sacerdote en Venecia, el año 1537, y se dedicó a obras de caridad. El año 1541 marchó hacia Oriente y durante diez años evangelizó incansablemente la India y el Japón, convirtiendo a muchos. Murió el año 1552, en la isla de Shangchuan, en China. 



¡AY DE MÍ SI NO ANUNCIARA LA BUENA NUEVA!

Visitamos las aldeas de los neófitos, que pocos años antes habían recibido la iniciación cristiana. Esta tierra no es habitada por los portugueses, ya que es sumamente estéril y pobre, y los cristianos nativos, privados de sacerdotes, lo único que saben es que son cristianos. No hay nadie que celebre para ellos la misa, nadie que les enseñe el Credo, el Padrenuestro, el Avemaría o los mandamientos de la ley de Dios.

Por esto, desde que he llegado aquí, no me he dado momento de reposo: me he dedicado a recorrer las aldeas, a bautizar a los niños que no habían recibido aún este sacramento. De este modo, purifiqué a un número ingente de niños que, como suele decirse, no sabían distinguir su mano derecha de la izquierda. Los niños no me dejaban recitar el Oficio divino ni comer ni descansar, hasta que les enseñaba alguna oración; entonces comencé a darme cuenta de que de ellos es el reino de los cielos.

Por tanto, como no podía cristianamente negarme a tan piadosos deseos, comenzando por la profesión de fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, les enseñaba el Símbolo de los apóstoles y las oraciones del Padrenuestro y el Avemaria. Advertí en ellos gran disposición, de tal manera que, si hubiera quien los instruyese en la doctrina cristiana, sin duda llegarían a ser unos excelentes cristianos.

Muchos, en estos lugares, no son cristianos, simplemente porque no hay quien los haga tales. Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París, y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más ciencia que caridad, con estas palabras: «¡Ay, cuántas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo y se precipitan en el infierno!»

¡Ojalá pusieran en este asunto el mismo interés que ponen en sus estudios! Con ello podrían dar cuenta a Dios de su ciencia y de los talentos que les han confiado. Muchos de ellos, movidos por estas consideraciones y por la meditación de las cosas divinas, se ejercitarían en escuchar la voz divina que habla en ellos y, dejando de lado sus ambiciones y negocios humanos, se dedicarían por entero a la voluntad y al arbitrio de Dios, diciendo de corazón: «Señor, aquí me tienes; ¿qué quieres que haga? Envíame donde tú quieras, aunque sea hasta la India.»

De las cartas de san Francisco Javier, presbítero, a san Ignacio.
(De la Vida de Francisco Javier, escrita por H. Tursellini, Roma 1956, libro 4, cartas 4 [1542] y 5 [1544])

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