sábado, 16 de marzo de 2024

Meditamos el Evangelio del 5° Domingo de Cuaresma con Fray Carlos Nieto Moreira, OdeM.


Jeremías 31, 31-34 Salmo 50, 3-4. 12-13. 14-15 Hebreos 5, 7-9

Evangelio según San Juan (12, 20-33)


Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”.


Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y él les respondió: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.


El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.


Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre:‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.


De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: “Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.


Homilía de Fray Carlos Nieto Moreira, OdeM. 


Queremos verte y probarte Jesús


Un grupo de peregrinos expresa su profundo deseo de conocer a Jesús. Lo dicen sin vueltas: ¡Queremos ver a Jesús! Hay quienes dicen que comenzamos a ser cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús y que entendemos algo de la fe cuando nos sentimos amados por Dios. ¿Cómo podremos seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su estilo de vivir y morir? ¿Qué tendrá Él que nos atrae? Orando una primera respuesta, podemos decir que nos atrae porque nos ama, nos sana y porque nos ilumina: 


Te adoro (José María Rodríguez Olaizola SJ)


“Porque nos amas, tú el pobre.

Porque nos sanas, tú herido de amor.

Porque nos iluminas, aun oculto,

cuando la misericordia enciende el mundo.

Porque nos guías, siempre delante,

siempre esperando,

te adoro.


Porque nos miras desde la congoja

y nos sonríes desde la inocencia.

Porque nos ruegas desde la angustia

de tus hijos golpeados,

nos abrazas en el abrazo que damos

y en la vida que compartimos

te adoro.


Porque me perdonas más que yo mismo,

porque me llamas, con grito y susurro

y me envías, nunca solo.

Porque confías en mí,

tú que conoces mi debilidad

te adoro.


Porque me colmas

y me inquietas.

Porque me abres los ojos

y en mi horizonte pones tu evangelio.

Porque cuando entras en ella, mi vida

es plena

te adoro”.


Estemos siempre atentos en nuestra vida cotidiana para reconocer a los peregrinos que movilizan nuestra curiosidad para conocer cada vez más a Jesús. ¿Alguna vez te sucedió? Confíale tu gratuidad al Señor. 

También tengamos presente que, al centrar nuestra mirada interior o contemplación plena en Jesús, nos dejamos conmover por su vida entregada por un mundo más humano para todos. Jesús es un apasionado por el Reino de Dios.  Con la misma pasión nos llama, invita e interpela para servir, es decir, para colaborar y ser protagonista en su tarea. Una vez más, ser cristiano es estar donde estaba Jesús y ocuparse de las cosas que Él se ocupaba. En cada uno de nosotros, el Padre ve reflejado el rostro de su Hijo, así pues, también nosotros deberíamos ver a Cristo en cada uno de los demás. 

La idea de Jesús es clara: con la vida sucede lo mismo que con el grano de trigo que tiene que morir para producir fruto. Es lo que realmente dará fecundidad a la vida de todos. No se puede engendrar vida sin ofrecer la propia. Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las personas. Es esta solidaridad que nos cuesta mucha vida está presente la salvación y liberación. Salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre. ¡Esto no es de un día para otro! Para lograrlo hay que mirar a Jesús, hay que probarlo y, sobre todo hay que abandonarnos y confiar en Él. En la fecundidad de su Palabra como semilla verdadera. 


De casi a puro rezo (Hno. Fermín Gaínza)


Señor, cuando nos mandas a sembrar,

rebosan nuestras manos de riqueza: 

tu Palabra nos llena de alegría

cuando la echamos en la tierra abierta. 


Señor cuando nos mandas a sembrar, 

sentimos en el alma la pobreza:

lanzamos la semilla que nos diste

y esperamos inciertos la cosecha. 


Y nos parece que es perder el tiempo 

este sembrar en insegura espera. 

Y nos parece que es muy poco el grano

para la inmensidad de nuestras tierras. 


Y nos aplasta la desproporción

de tu mandato frente a nuestras fuerzas. 

Pero la fe nos hace comprender 

que estás a nuestro lado en la tarea. 


Y avanzamos sembrando por la noche

y por la niebla matinal. Profetas

pobres, pero confiados en que Tú

nos usas como humildes herramientas. 


Gloria a Tí, Padre bueno, que nos diste 

a tu Verbo, semilla verdadera, 

y por la Gracia de tu Santo Espíritu

la siembras con nosotros en la Iglesia. 

Amén.



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lunes, 11 de marzo de 2024

Crónica de la canonización de Mama Antula:


Tuve el privilegio de estar presente en Roma durante la misa de canonización de nuestra querida Mamá Antula, un evento lleno de gracia y emoción. Quiero compartirles algo de mi experiencia espiritual en esta breve crónica:

Llegué a la plaza muy temprano por la mañana y me encontré con una multitud diversa y alegre esperando para entrar a la Piazza San Pietro. La variedad de idiomas, carismas y vestimentas religiosas reflejaba la universalidad de nuestra iglesia. 

Pasado ese primer punto procedí a caminar hacia el templo, donde me indicaron por dónde debía entrar yo, según la entrada que tenía. Conforme seguí avanzando no podía creer que mi entrada se daba por el pasillo central en dirección al baldaquino. Menos aún podía creer cuando me dijeron que mi zona se encontraba a un del altar mayor, justo bajo la pintura de Mama Antula. Tan grande fue mi sorpresa, que una persona que se encontraba en la misma zona que yo, otro argentino, se reía de mi cara de sorpresa y alegría, alegando que él había puesto la misma cara y se había sentido de la misma manera cuando le indicaron donde habríamos de vivir la santa misa.


Como seminarista y artista me es imposible no destacar la hermosura de todo lo que se componía esa maravillosa experiencia que estaba viviendo: El canto de la invocación al Espíritu Santo cantado por un coro bellísimo, el aroma a incienso, la luz del sol que empezaba a entrar por las ventanas. Como si fuera una hermosa película, donde cada cuadro está totalmente buscado y cuidado en su belleza, todo reflejaba la hermosura de la sobriedad de nuestra liturgia romana en su máximo esplendor. Todo era oración, en todo estaba presente la gracia del Espíritu Santo.


Cada detalle de la liturgia resaltaba la belleza y sobriedad de nuestra tradición romana. Desde los dorados que reflejan la luz y la pureza, la blancura de las casullas y el colorido de la vestimenta de los guardias suizos, todo estaba cuidadosamente planeado. Los cinco sentidos hablaban de algo extremadamente Bello, Bueno y Verdadero. Recordé la vida de Mamá Antula, una mujer que dedicó su vida a llevar a otros hacia Dios. Su ejemplo de entrega y cuidado espiritual resonaba en cada momento de la ceremonia. Aquella mujer nacida en 1730 en Silipica, Santiago del Estero y fallecida en 1799 en Buenos Aires, era recordada por toda la iglesia universal. Aquella mujer que para hacer ese recorrido caminó descalza durante miles kilómetros a través de las salinas y bosques, interminables subidas y bajadas. Todo eso para fundar la Santa Casa de Ejercicios Espirituales. La belleza de los cuidados y la atención espiritual que nuestra querida Mama Antula supo dar a los suyos se espejaba en la belleza de tan esplendente liturgia.


El canto de las letanías de los santos nos recordaba la diversidad de carismas y estilos de santidad en la historia de la Iglesia. Letanías que en vez de volverse largas y pesadas, se volvieron una oración profunda e inspiradora. La fórmula de canonización pronunciada por el Papa Francisco fue un momento sumamente emotivo, especialmente al estar dándose todo sobre la capilla de los papas, simbolizando la continuidad de la fe a lo largo de los siglos. En el seno de lo más profundo de la iglesia era proclamada santa María Antonia de San José de Paz y Figueroa.

El resto de la misa fue ya con el corazón rebalsado: en la liturgia de la Palabra se notó la hermosura y universalidad de los idiomas que se fueron sucediendo las lecturas, incluida la lectura del Evangelio en griego, algo habitual en las misas papales que son solemnes en grado supremo. 

La liturgia de la eucaristía fue también magnífica: Cientos de sacerdotes presentes concelebrando. Obispos y cardenales, la iglesia entera celebraba la alegría de Cristo Resucitado y presente en el altar. Aunque la basílica estaba llena de gente,  el cuerpo de Cristo se nos repartió de manera solemne y dinámica.

Concluía la misa y en el aire se sentía una alegría y emoción que invitaba, y sigue invitando a seguir los pasos de Mama Antula, modelo de fervor y audacia apostólica.


            “ Le acompañaban algunas mujeres…”


A lo largo del camino y en algunos pasajes del Antiguo testamento, la Palabra nos ha mostrado el obrar de Dios en la vida de muchas mujeres como Sara y Ana, Noemí y Ruth, Esther y Judith. Pero en los evangelios, San Lucas nos dice en el capítulo 8 que a “Jesús le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades:  María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes”.

 Le acompañaban algunas mujeres que tuvieron un encuentro personal con Jesús. En el relato se cita a María Magdalena; mirarla a ella considerada apóstol de los apóstoles, a quien Jesús envía a anunciar a los discípulos que había resucitado, es poner la mirada en su historia de salvación. Es testimonio de la obra de la gracia que actúa en nuestra naturaleza y debilidad.  Una mujer reconocida como pecadora pública, la cual, postrada a sus pies demostró su amor a Jesús rompiendo el frasco de perfume, bañando con sus lágrimas los pies del Señor y por ese gesto le fueron perdonados sus numerosos pecados porque demostró mucho amor.


María Magdalena, mujer de una búsqueda perseverante. Ella amaba a Jesús, se sabía amada y perdonada, amiga del Señor a quién algunos Padres de la Iglesia la identifican con María de Betania, la que sentada a sus pies lo escuchaba, era esencial cuidar esa intimidad con el Amigo, por eso pudo percibir antes de la subida a Jerusalén que la Hora del Señor estaba cerca y ese gesto de ternura revela el corazón de toda mujer que sabe ser presencia en el dolor, consuelo, sostén y refugio. Mujer que sale de madrugada a buscar al Señor, por lo que esa fidelidad le valió el ser la primera en verlo Resucitado. 


A la luz de la palabra, hoy podemos rezar y agradecer el don de ser mujer.  Mujeres que siguen a Jesús, que lo sirven con sus bienes espirituales y materiales, pero al mismo tiempo mujeres que han experimentado la misericordia de Dios en su miseria, el perdón de los pecados, la salvación y liberación. Mujeres de una fe grande como la Cananea: “mujer, ¡qué grande es tu fe…!” (Mt 15, 28) Mujeres que fueron levantadas: “Talitá Kum”, “Muchacha, a ti te digo, ¡levántate!” ( Mc 5,28) como la hija de Jairo; mujeres sanadas en sus heridas más hondas, como la hemorroísa, que había gastado dinero en numerosos médicos y que con un acto de fe: “bastará tocar su manto”(Mc 5, 28)  quedó curada; mujeres que mendigan amor como la samaritana: “dame de beber”, ( Jn 4,15) y recibió un Agua Viva. Estas mujeres representan la situación de muchas mujeres que caminan siendo sal y luz en medio de lo cotidiano


La mujer por excelencia que supo acoger la Palabra que se encarnó en sus entrañas es María, nuestra madre, quien ha conocido el gozo de la Anunciación, la Encarnación y el Nacimiento de Jesús y al mismo tiempo supo de la angustia al huir a Egipto y al perder el Niño. Conoció el dolor de las partidas de su esposo, San José, y de Jesús en la cruz.


Madre, Mujer, Esposa y Discípula que acompaña el peregrinar de la Iglesia que con su oración y protección sigue cuidando y guiando la vida de sus hijos. Bajo su manto ponemos a todas las mujeres en este día y que Ella nos regale la fortaleza y la sabiduría para seguir a Jesús con disponibilidad de corazón para que Jesús pueda decir de cada una de nosotros:  “… todo el que cumpla la voluntad de mi Padre Celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50)


                                           
                                                                                                     Autor: Víctor Grinenco

domingo, 10 de marzo de 2024

Meditamos el Evangelio del 4° Domingo de Cuaresma con Pbro Mauricio Giménez




Crónicas 36,14-16.19-23. / Salmo 137(136),1-2.3.4-5.6 / Efesios 2,4-10

Evangelio según San Juan 3,14-21.

Dijo Jesús: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

Homilía del Pbro Mauricio Giménez

Nos encontramos en este domingo de cuaresma que la Iglesia a denominado laetare “de la alegría”, es un oasis dentro de la austeridad cuaresmal, el color propio es el rosado: la aurora de la salvación. En este contexto de alegría, los textos litúrgicos transmiten justamente una experiencia de liberación inesperada, gratuita y cuya primacía está dada por la intervención directa y prácticamente exclusiva de Dios, son una invitación a la confianza en un Dios que libera, cuya “misericordia se extiende de generación en generación”. En la primera lectura podemos ver una especie de diagnóstico de la situación del Pueblo de Dios, primero la denuncia profética contra el pueblo: por un lado, la idolatría los ha llevado a profanar el templo, el lugar de la presencia de Dios, por otro lado, Dios se compadece y envía mensajeros (los profetas) que son despreciados. El pueblo sufre las consecuencias de su mal comportamiento: La destrucción de la ciudad, del templo y la deportación. No cabría esperar ya nada más, todo ha sido destruido, Israel ha sido humillado hasta el extremo. La historia del Pueblo de Israel podría haber terminado ahí. Pero, inexplicablemente, surge un rey pagano bondadoso con el pueblo, Dios hace llegar la salvación de una manera inaudita para el Pueblo de Dios, sin mérito alguno de su parte, se les da la repatriación y un nuevo templo. Dios no se olvida de su promesa, Dios se “ha acordado de Jerusalén y la ha puesto por encima de todas sus alegrías”. Una enseñanza hermosa nos deja este texto: Nunca desesperar de la salvación de Dios: “el Señor se acuerda eternamente de su Alianza”.

En la segunda lectura san Pablo nos recuerda la gratuidad de la salvación, verdaderamente no pusimos ni podremos poner nunca algo que amerite delante del Padre una “retribución”, el comercio espiritual, el “tome y traiga” espiritual no nos sirve delante del Padre, porque Jesús asumió nuestra deuda y ya nos salvó. La actitud que nos sirve es la de la humilde acción de gracias y la disponibilidad diligente para la acción del Espíritu Santo que es Amor: con esa libertad nueva con la cual fuimos nuevamente creados podemos discernir qué “buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.”

Desde la perspectiva de la gratuidad y la alegría podemos también mirar hoy el evangelio, Jesús nos recuerda la acción liberadora de Dios con su pueblo que había pecado, perdiendo la paciencia y renegando de Moisés y de Dios, la consecuencia del pecado es la mordedura de la serpiente (¿una alusión velada al primer pecado?), el pueblo reconoce su error pero, paradójicamente, esta vez la liberación surge de una prohibición: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.” (Ex 20, 4 – 24), la liberación del
pecado (parece sugerir el texto) tiene que darse mirando la causa, pero como Dios quiere que se vea. En definitiva, es Dios que sana y libera a su pueblo. Cuando miramos a Jesús elevado en la cruz, vemos la causa de nuestros males: hemos despreciado el mensaje de amor de Dios por la humanidad, nuestra plenitud ha sido maltratada en extremo por nosotros mismos, creímos que, rechazando al Hijo, destruyendo su mensaje, podríamos vivir más felices. Pero el Dios Trinitario ha usado este error de discernimiento de la humanidad para mostrar que nos ama gratuitamente, que nos ama con nuestro rechazo, que nos ama sin esperar nada, a cambio de parte nuestra, que nos ama por amor y nos ofrece su amor gratuito por si quisiéramos aceptarlo: ¿Estamos dispuestos? ¿Estás dispuesto? 

Pidamos la gracia de la disponibilidad a su Amor por intercesión de la Virgen María y de san José. La experiencia de la gratuidad nos hará vivir en la verdadera alegría

Homilías de Cuaresma:





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viernes, 8 de marzo de 2024

Mujeres que seguían a Jesús... - Hna Graciela Correa Brito OP

      



A lo largo del camino y en algunos pasajes del Antiguo testamento, la Palabra nos ha mostrado el obrar de Dios en la vida de muchas mujeres como Sara y Ana, Noemí y Ruth, Esther y Judith. Pero en los evangelios, San Lucas nos dice en el capítulo 8 que a “Jesús le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades:  María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes”.

Le acompañaban algunas mujeres que tuvieron un encuentro personal con Jesús. En el relato se cita a María Magdalena; mirarla a ella considerada apóstol de los apóstoles, a quien Jesús envía a anunciar a los discípulos que había resucitado, es poner la mirada en su historia de salvación. Es testimonio de la obra de la gracia que actúa en nuestra naturaleza y debilidad.  Una mujer reconocida como pecadora pública, la cual, postrada a sus pies demostró su amor a Jesús rompiendo el frasco de perfume, bañando con sus lágrimas los pies del Señor y por ese gesto le fueron perdonados sus numerosos pecados porque demostró mucho amor. 

María Magdalena, mujer de una búsqueda perseverante. Ella amaba a Jesús, se sabía amada y perdonada, amiga del Señor a quién algunos Padres de la Iglesia la identifican con María de Betania, la que sentada a sus pies lo escuchaba, era esencial cuidar esa intimidad con el Amigo, por eso pudo percibir antes de la subida a Jerusalén que la Hora del Señor estaba cerca y ese gesto de ternura revela el corazón de toda mujer que sabe ser presencia en el dolor, consuelo, sostén y refugio. Mujer que sale de madrugada a buscar al Señor, por lo que esa fidelidad le valió el ser la primera en verlo Resucitado.

 A la luz de la palabra, hoy podemos rezar y agradecer el don de ser mujer.  Mujeres que siguen a Jesús, que lo sirven con sus bienes espirituales y materiales, pero al mismo tiempo mujeres que han experimentado la misericordia de Dios en su miseria, el perdón de los pecados, la salvación y liberación. Mujeres de una fe grande como la Cananea: “mujer, ¡qué grande es tu fe…!” (Mt 15, 28) Mujeres que fueron levantadas: “Talitá Kum”, “Muchacha, a ti te digo, ¡levántate!” (Mc 5,28) como la hija de Jairo; mujeres sanadas en sus heridas más hondas, como la hemorroisa, que había gastado dinero en numerosos médicos y que con un acto de fe: “bastará tocar su manto”(Mc 5, 28)  quedó curada; mujeres que mendigan amor como la samaritana: “dame de beber”, ( Jn 4,15) y recibió un Agua Viva. Estas mujeres representan la situación de muchas mujeres que caminan siendo sal y luz en medio de lo cotidiano

La mujer por excelencia que supo acoger la Palabra que se encarnó en sus entrañas es María, nuestra madre, quien ha conocido el gozo de la Anunciación, la Encarnación y el Nacimiento de Jesús y al mismo tiempo supo de la angustia al huir a Egipto y al perder el Niño. Conoció el dolor de las partidas de su esposo, San José, y de Jesús en la cruz.

Madre, Mujer, Esposa y Discípula que acompaña el peregrinar de la Iglesia y que con su oración y protección sigue cuidando y guiando la vida de sus hijos. Bajo su manto ponemos a todas las mujeres en este día y que Ella nos regale la fortaleza y la sabiduría para seguir a Jesús con disponibilidad de corazón para que Jesús pueda decir de cada una de nosotras:  “… todo el que cumpla la voluntad de mi Padre Celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50)

Autora: Hna Graciela Correa Brito OP

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domingo, 3 de marzo de 2024

Meditamos el Evangelio del 3° Domingo de Cuaresma con Fray Rubén Omar Lucero Bidondo OP


Éxodo 20, 1-17 / Salmo 18, 8. 9. 10. 11 / 1° carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1, 22-25


Evangelio según san Juan 2, 13-25


Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «Qué signos nos muestras para obrar así?».

Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».

Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».Pero él hablaba del templo de su cuerpo.

Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.


Homilía por Fray Rubén Omar Lucero Bidondo OP

El Templo, Casa de Dios

En el corazón de la tradición religiosa de Israel, la Ley, el Templo y las observancias, constituían los signos de su identidad y de su pertenencia exclusiva a Dios. El Templo de Jerusalén era el lugar más sagrado, porque custodiaba el Arca de la Alianza y, en consecuencia, lo definía como el único lugar de culto legítimo y oficial del Pueblo de Dios.


Para la tradición espiritual de Israel, el Templo era el lugar común donde el observante y el pecador, el rico y el pobre, podían abrir su corazón, podían abrazar un camino de conversión y podían ofrecer su limosna y sus dones al Señor. En el Templo, Dios concedía su perdón y su misericordia sin hacer distinciones.


En el Templo, se mantenía viva la Tradición como signo de la Alianza sellada entre Dios y su Pueblo, y para ello se celebraban  las fiestas de Sucot, de Shauvot y el Pesaj. La liturgia solemne de Yom kipur visibilizaba en los ritos sagrados el perdón que Dios ofrecía a su Pueblo. La presentación de dones y ofrendas recordaba la providencia de un Dios que ofrece todo lo necesario para llevar una vida digna, solidaria y religiosa.


El Templo, ¿lugar de negocio?

El relato de la expulsión de los vendedores del Templo ha sido testimoniado por las cuatro tradiciones del Evangelio (Mt 21,12-17; Mc 11,15-18; Lc 19,11; Jn 2,13-25). Sin duda, ha quedado grabada en la memoria viva de las primeras comunidades cristianas un gesto significativo de Jesús en el cual se revelaba su “celo” por la Casa de Dios y por las cosas de Dios. Un gesto que se inscribía en la línea de la tradición profética.


La presencia de los vendedores y de los cambistas en el lugar más sagrado de Israel, podrían ayudarnos a pensar si nuestra relación con Dios está marcada por la gratuidad del amor o por la necesidad de “negociar” la conversión y el perdón. A veces, el corazón habilita espacios de trueque para obligar a Dios a ceder ante nuestros caprichos. Quien negocia con Dios, revela que no conoce su amor.


Una relación comercial con Dios habla de un desconocimiento de su corazón y de una desconfianza en su misericordia. En consecuencia, no es sano ni maduro pensar que se puede “comprar” el amor y el perdón de Dios con buenas intenciones o con prácticas piadosas que intenten disminuir la propia responsabilidad. Mucho menos considerar la posibilidad de “tapar” o “disimular” aquellas situaciones que ponen en evidencia nuestra negligencia en el cuidado del corazón y de sus afectos.


Para una relación sana, madura y honesta con Dios Padre, será necesario reaccionar como Jesús (ante los vendedores y cambistas) frente aquellas realidades del corazón y de la conciencia que puedan habilitar una doble vida, una doble espiritualidad y una doble moral. El “celo” de Jesús nace de su amor filiar al Padre, de saberse Hijo amado en la verdad, y de conocer profundamente el corazón de Dios.


El Templo, signo de Cristo

Lo más significativo del Templo, como lugar sagrado, es ser lugar de encuentro con el Dios paciente, compasivo y misericordioso, que es capaz de consolar nuestras tristezas, perdonar nuestros pecados, corregir nuestros errores y abrazar con misericordia nuestra fragilidad y nuestra miseria.


El corazón de Cristo es el lugar de encuentro por excelencia con el Padre. Sus palabras y sus gestos hacen visible y tangible la misericordia de Dios en medio de la historia de una humanidad peregrina y doliente. Por eso, todas las situaciones de dolor y desesperanza que atraviesan el corazón de la humanidad, repercuten en el corazón de Cristo haciendo un eco eterno en el corazón del Padre.


El Templo era un signo de Cristo y Cristo llevaba a su plenitud la misión del Templo. Para quienes negociaban con Dios, el corazón de Cristo se revelaba como lugar de conversión. Para los pequeños, los pecadores, los pobres, y todos aquellos que eran mantenidos al margen del encuentro con Dios, el corazón de Cristo se ofrecía como lugar de acogida cordial, de consuelo y de compasión.


Los cristianos somos templos de Cristo en medio del mundo y de la historia. Nuestra vocación y misión es ser un espacio sagrado donde las personas puedan encontrarse con el Padre a través de la caridad y de la verdad. Un lugar donde puedan sanar corazones y reconciliarse historias. Un lugar que haga visible que Dios es amor en un Evangelio hecho vida.




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